Por Lic. Andrés Álvarez Frutos
“Con dinero o sin dinero
Hago siempre lo que quiero
Y mi palabra es la ley”.
Palabras de José Alfredo Jiménez
La ley es un instrumento ideado por el ser humano para hacer posible la convivencia. Observe usted a los niños cuando se ponen de acuerdo para jugar: lo primero que hacen es poner reglas de manera que quien no las acata, queda fuera del juego de inmediato. La ley se formula para hacer que la conducta de cada uno no lesione los derechos de los demás. Si no hubiera leyes, quedaríamos expuestos a que el más fuerte imponga su voluntad.
Por otro lado, la voluntad puede ser expresión de un capricho, de una ambición sin límites, de malsanos deseos de dañar, o puede ser que exprese deseos de ayudar, de realizar las propias ideas en bien de la comunidad, etc. Es decir, la voluntad es ambivalente y variable, dañina o benéfica dependiendo del propósito que persiga. Ante esta volubilidad, la garantía de imparcialidad, objetividad y justicia nace de la matriz racional.
La razón suele surgir de principios universales aceptados por todos. Por ejemplo, la razón propone el respeto a la propiedad ajena y de inmediato nace la ley al respecto. Todos saben que si esa ley no existiera y no hubiera respeto a la propiedad ajena, el latrocinio,, los asaltos, la violencia serían recursos aceptables. Pero si esto sucediera, la sociedad se extinguiría. De manera que las leyes tienen como última justificación la preservación del bien común. De hecho, los países en donde es patente y común el respeto a la ley -aún las mínimas- se convierte en un ideal para aquellos países en donde la ley es una ficción.
De hecho, el progreso, el bienestar de un pueblo depende en gran medida del respeto y educación de su gente. La educación produce respeto a la ley de manera natural y automática. Y esto es porque en la escuela -prolongación del hogar- los estudiantes aprenden a razonar, a analizar y sacar conclusiones y se dan cuenta de que las leyes son garantía de paz y de seguridad. Ante u conflicto saben que la decisión de quien tenga facultad de resolución debe hacerse de acuerdo a principios justos y razonables.
Quienes no tienen instrucción quizá tarden más en comprender los fundamento de la ley y quizá hasta han sufrido alguna sanción por desconocimiento de la ley o porque “se les hace fácil” saltarse una ley o porque suponen que si no está cerca una autoridad, entonces no hay motivo para obedecer la ley. Y es que en escasa o débil concepción, la ley tiene como único objetivo perjudicar. No han analizado a fondo el espíritu o el objetivo de la ley y se quedan en pura superficie.
Si nuestras ciudades conurbadas pudieran convencer a sus habitantes de la utilidad y necesidad de aceptar y respetar la ley, seríamos comunidades en las que la prosperidad florecería con mayor velocidad porque muchos emprendedores estarían interesados en invertir o convivir en estos oasis donde la ley se respeta y por tanto hay seguridad, paz y justicia. De momento cada vez que hay que cruzar la calle, hay que voltear hacia todos lados antes de sacar un pie de la banqueta. Ni siquiera la simple ley de tránsito se cumple o solo se cumple si hay un agente de tránsito cerca. Saque usted sus conclusiones.