Por Lic. Andrés Álvarez Frutos
Hace unos decenios circulaba una revista con ese nombre. Su objetivo era ir demoliendo los antivalores que socialmente retrasan el progreso de una sociedad. Sus textos usaban palabras de uso popular que todos podían comprender fácilmente. Las portadas eran muy llamativas y ponían un mensaje en letras grandes que resumía le tema a tratar. Dejó de circular, pero el lema principal sigue teniendo importancia en la dinámica social. La frase se usa como justificante para muchas acciones que pueden parecer injuriosas o absurdas.
Por ejemplo, hay una fila en el súper o en el banco y yo tengo urgencia de ser atendido…por lo tanto, me meto en el lugar que se me antoja y si hay protestas por esto, sencillamente, les digo: “así soy ¿y qué?” La suposición es que esta frase debe bastar para aplacar cualquier protesta. Se me antoja tomar el asiento que más me acomode, aunque esté reservado para personas de la tercera edad o con discapacidad. De nuevo pronunciar la frase me salva de las protestas de ellos demás. Me puedo estacionar en tercera fila y nadie tiene porqué inconformarse si les digo. “así soy ¿y qué?”.
La frase no solo afirma la prioridad natural que yo tengo, sino que abre la puerta para seguir haciendo lo mismo en cualquier circunstancia. Es evidente que YO tengo derechos que los demás deben captar y respetar de inmediato. Si hay algún conflicto por esta actitud, los demás deben ceder para evitar males mayores.
Hasta hace poco vivía en una calle cerrada, donde no había ruidos ni circulación vehicular. Las circunstancias cambiaron y ahora vivo en una calle muy transitada con cenadurías muy concurridas cada noche. Este movimiento no es molesto y es muy cómodo hasta cierto punto pues muchos servicios necesarios son muy accesibles.
Sin embargo, ya me tocó vivir en primera persona la actitud de “así soy ¿y qué?”. Una camioneta se estacionó a pocos metros de la casa; el conductor oía música de banda a un volumen que se podía escuchar a dos cuadras a la redonda. Supuse que esperaba a que su acompañante volviera con los tacos o enchiladas y mientras tanto él oía a su cantante favorito. Después de media hora de concierto no solicitado, me asomé a la puerta a ver qué pasaba. Era medianoche y no podía dormir por la música de banda tan cercana. Mi salida a la puerta coincidió con la salida del conductor de su camioneta; me vio y se dio cuenta que estaba causando malestar.
Lo vi, me vio y se metió de inmediato a su camioneta. Lo primero que hizo fue elevar el volumen de su música aún más. Aplicó la frase: “así soy ¿y qué?”. No consideré inteligente salir y buscar dialogar con alguien así. Momentos después llego su acompañante con dos bolsas de tacos, supongo, y por veinte minutos más (quizá mientras cenaban) esta persona tuvo la amabilidad de ponerme al corriente de sus gustos musicales, a mí a todo el vecindario. Después de ese tiempo la calma se reinstaló en la calle.
Hay muchas situaciones en que nos toca, a todos sufrir, los efectos de la frase: “así soy ¿y qué?” y entonces es evidente que quizá la Revista “Así soy ¿y qué?” tuvo un éxito limitado y que su tarea aún no concluye.