por Lic. Andrés Álvarez Frutos
Estos días tuve que ir al Hospital General de Uriangato por asuntos de salud. Recibí buena atención, igual que mi esposa. Tuve la fortuna de encontrarme en uno de los pasillos a un exalumno de Psicología y ambos nos reconocimos a pesar de los cubrebocas. Le pedí platicar con él un rato, si era posible. Me dijo que sí y nos sentamos. Él está dando su servicio en esa institución y se siente satisfecho tanto por lo que está aprendiendo como por poder aplicar lo aprendido. Ya tiene su consultorio y siente que ha decidido correctamente al convertirse en psicólogo. Está contento de poder ayudar a la gente en situaciones problemáticas y en un hospital es necesario hacerlo todo el día y todos los días.
En el cuso de la charla, decíamos que los buenos modelos son cada vez más raros. Quizá se deba a que en las familias actuales deben trabajar papá y mamá. Esta falta de tiempo y comunicación va haciendo más delgado el vínculo y, por tanto, más escasa la comunicación. Y si a esto se agrega que ocasionalmente surgen problemas, entonces Las palabras ásperas y desconsideradas, pueden ser un resultado lógico en esa situación.
¿Y qué es lo que se logra con una comunicación siempre a la defensiva o directamente agresiva? Lo primero es con quien hablemos en ese tono va a sentir la urgencia de responder en la misma forma porque “él no se deja de nadie”. Y la segunda posibilidad es que suba el nivel de la injuria como la mejor respuesta. La tercera posibilidad ya puede involucrar riesgos de sangre. Normalmente este tercer nivel no se alcanza en la familia, pero persiste un trato agrio y descortés.
Si todos fuéramos conscientes de que, al ser corteses y considerados, nos estamos presentando como persona en paz y de paz, entonces a quien le estamos hablando entenderá rápidamente el mensaje y no contestará con majaderías ante un saludo afectuoso y educado. De esta forma, si solicito un favor o información, seguramente la conseguiré.
En otra situación, si llego a un local o saló en donde hay más gente, la lógica racional me pide que reconozca a mis semejantes, los salude y les sonría para que sepan que soy persona sociable. Si tomo mi asiento y paso mi mirada por sobre las demás caras sin dar señales de nada y luego me encajo en mi celular, el resultado será obvio nuevamente. Es decir, las convenciones sociales me pueden ayudar si las uso, o pueden ser un obstáculo si las hago aun lado con displicencia. Lo mismo aplica a las leyes: si sé que consumir alcohol en la calle implica que la policía me pueda detener y no obstante me pongo a tomar en la esquina, entonces pudo considerar que la ley me perjudica, me estorba en mis proyectos de diversión. Pero si pensamos en la comunidad familiar, esta misma ley nos protege a todos de los posibles efectos socialmente nocivos del alcohol.
Así que las leyes ¿Nos protegen o son una imposición indeseable?