Por Lic. Andrés Álvarez Frutos
La palabra ortografía está compuesta de dos palabras griegas: Orthos = correcto y Grafos = Escritura. Es decir, la ortografía tiene como objetivo que el lenguaje escrito refleje con exactitud lo que se piensa o habla. Toda palabra tiene como propósito comunicar. Hablamos para convencer, disculpar, pedir, agradecer, celebrar, agredir, defendernos, etc. Es decir, el lenguaje es un instrumento que usamos y que en cierta manera refleja lo que tenemos en nuestro interior. Con el lenguaje nos abrimos a los demás.
El lenguaje escrito tiene además sus propias particularidades. Lo escrito queda para siempre: trasciende el tiempo y el espacio. Por eso se pide que lo más importante de las relaciones humanas quede consignado por escrito. Las leyes son escritas y promulgadas, los contratos son escritos y firmados después de un libre consenso entre las partes. Un documento es prueba fehaciente y, de hecho, la historia -como tal- comienza con la palabra escrita. Sabemos del pensamiento de nuestros ancestros si es que ellos se tomaron la molestia de escribir sus pensamientos. Y sabemos de ciencia, arte, y tecnología gracias a que hay autores que publican sus trabajos.
Por eso es sorprendente que desde hace tiempo -en nuestro país- se considere inútil y hasta molesto aprender a escribir y particularmente absurdo cuidar la ortografía. Se considera a la ortografía como una tarea irracional e inexplicable. Sus reglas parecen hechas para confundir y como una herramienta para humillar a los alumnos. Pero el lenguaje -su gramática- tiene una lógica interna. Toda comunicación obedece a reglas aceptadas pues de otra forma no comunica nada. Todos aceptamos los significados de las palabras y entendemos los giros de la lengua y en base a ello nos podemos entender.
Poner esmero en la manera en que nos comunicamos por escrito nos permite ser precisos, claros y hasta placenteros. Un buen escrito refleja al autor y éste puede dejar huella en sus lectores. Puede abrir nuevos mundos, comunicar nuevos conocimientos, hacer reír, poner a reflexionar, consolar, alegrar, etc. Es decir, la palabra cumple su función y queda eternizada por el hecho de ser escrita. Si hay una falla ortográfica ocasional y sin consecuencias no se altera el contenido. Pero si las fallas son constantes, el mensaje puede quedar alterado y ser motivo de vergüenza en lugar de un legítimo orgullo.
Así que no hay que temer a la ortografía. Tiene su lógica y es sustancialmente sencilla. Aprender a escribir y refinar lo que aprendimos en la escuela o universidad es siempre posible. Una simple carta, un memorándum, un recado, todo es comunicación y todo lo escrito puede permanecer para siempre. Que lo que quede de nosotros y sea escrito tendrá que ser claro, comprensible y un reflejo auténtico de lo que somos.