PERIÓDICO IMPULSO

MÁS SOBRE LO MISMO

Por Lic. Andrés Álvarez Frutos

 

Al referirme a “lo mismo” en este título, quisiera mencionar que se trata del tema de la ética. Y la ética es para entenderse y, por supuesto, aplicarse. No es una técnica, un arte o disposición de la que se pueda prescindir. Ya sea que apliquemos los valores positivos y constructivos o se prefiera seguir los caminos oscuros de los antivalores. Un ser humano es ético necesariamente, es parte de su esencia. En nuestro país existía una serie de acciones que nacían de esa fuente común llamada “educación” y si alguien no las practicaba, se le tachaba de “mal educado”, Era una parte aceptada de la pertenencia social.

 

En su núcleo íntimo estas costumbres se referían al respeto a los demás. Si el niño al entrar a su casa encontraba a sus padres conversando con personas, para él, desconocidas, debía acercarse y saludar. Al estar en el salón de clases y entrar el maestro, se acostumbraba levantarse y saludar. Si alguna persona de edad avanzada o discapacitada tenía dificultades para cruzar la calle, la buena educación pedía acudir en su auxilio. Si un compañero de escuela no tenía recursos para comprar el cuaderno exigido, se suponía que todos debían contribuir. Si había fiesta en casa y la música sonaba más alto que lo habitual, se suponía que a una hora prudente debía acallarse y no molestar a los vecinos.

 

Así como estas acciones, había muchas otras conectadas a un respeto natural por la otra persona. Se aceptaba que compartir un espacio vital generaba ciertas obligaciones en relación con los demás. Al paso del tiempo estas convicciones y su aceptación social se fueron debilitando y se fue posicionando la noción de que un yo sano y fuerte debe reclamar sus derechos antes los demás. Ya no se percibía tan claramente la relación de respeto hacia el otro. Y empezó a obstruirse el paso de las cocheras si eso me impide realizar “mi” encargo; también considero “mi” derecho circular a la velocidad que me convenga y escuchar “mi” música al volumen que me guste. Puedo pintar grafiti en las paredes, si considero que los demás deben apreciar mi arte.

 

Si traigo basura en las manos, lo más fácil es deshacerme de ella tirándola en la calle pues el municipio tiene trabajadores para eso. Los árboles y animales son solo eso: una especie de decoración para que los use como más me convenga a mí. Además, puedo usar el agua como a “mí” me parezca pues al final soy yo el que la paga. Si estoy el súper y no me alcanza el dinero para pagar una chuchería insignificante, creo que es útil sencillamente tomarla y meterla en mis bolsillos: “la tienda no se va a quedar pobre por esto”.

 

Los ejemplos se pueden multiplicar, pero en los párrafos anteriores es posible comparar ambas maneras de actuar y cuál de las dos sería más conveniente para nuestras comunidades. Quizá no reproducir mecánicamente lo anterior pero sí adaptándolo a las situaciones actuales y conservando el núcleo humano: el respeto a los demás.