Por Lic. Andrés Álvarez Frutos
La música tiene que ser tan antigua como el lenguaje humano. Todos percibimos el ritmo del corazón y nos deleitamos con el canto de los pájaros. Percibimos los sonidos producidos por algunos insectos y sentimos cierta armonía con la naturaleza. El siguiente paso, como con la escritura, fue seguramente tratar de reproducir los sonidos agradables y rítmicos y cantar con el sentido natural de afinación que todos poseemos. No todos podemos cantar, pero sí podemos calificar una voz de agradable o molesta. Hay un sentido estético innato en todo y, por lo tanto, también en la percepción de sonidos gratos.
Poco a poco la música fue extendiendo su encantadora influencia a través de la reproducción del sonido. Los primeros discos eran pesados, quebradizos y su fidelidad de reproducción distaba de ser limpia. Las agujas parecían clavos en las primeras etapas de esta evolución. Todo se fue perfeccionando y llegó la alta fidelidad, el sonido estéreo, los discos (ya netamente silenciosos al girar y reproducir el sonido aun por medio de una aguja finísima). Llegó la cinta y la fidelidad del sonido al reproducirse mecánicamente alcanzó alturas inéditas y sorprendentes.
Junto con este avance se dio el abaratamiento de los aparatos reproductores: los radios, TVs, consolas y grabadoras estaban al alcance de casi todo mundo. Vino el CD y las posibilidades crecieron al infinito (al menos eso parecía entonces). Pero la evolución no se detuvo allí y hoy la música está en todas partes y con una gran facilidad y claridad usando las memorias o los teléfonos celulares. Los conciertos no han desparecido y la música viva sigue teniendo un gran atractivo. Los géneros musicales son numerosos y se hace música para todos los gustos imaginables y para todas las situaciones: para sobremesa, para estudiar, para el consultorio, para el gimnasio, para los bebés, para estimular el talento, para el romance, etc.
Pero hay algo que francamente merece una propuesta aparte y es la reproducción de la música en los supermercados. Alguien debe ser el responsable de inundar el espacio de compras con una música que te sigue en cada rincón. No te puedes librar de ella. La persona que la programa supone que su gusto es universal y lo arroja impunemente sobre todos los compradores. No hay un buzón de sugerencias ni de quejas al respecto. Hay que aguantar estoicamente. Ya hay otra situación parecida: circulan por las calles autos o camionetas con equipos de sonido sofisticados que hacen gala de su potencia y también arrojan su música en las calles. Todos sentimos el estruendo y nos enteramos del gusto del conductor: si anda gustoso o decepcionado, enamorado o presumiendo su embriaguez, difundiendo narcocorridos o cantando sus desamores…etc.
La propuesta es que reduzca el volumen de sus aparatos de sonido. No es necesario que cambien sus gustos, pero tampoco es conveniente que nos los impongan a todos. Los compradores que van a un súper pueden ser muy sensibles a los sonidos altos; pueden padecer algún síntoma físico que el volumen alto puede agravar o sencillamente no está en condiciones psicológicas aptas para disfrutar el concierto al que lo están obligando. Y también nuestras calles deben ser lugares en que, de ser posible, se eviten las molestias sonoras. En todo caso, nos debemos un respeto mutuo como ciudadanos y hay que evitar, por salud mental y física los sonidos altos que nos sobresaltan y golpean nuestros nervios. La música debe ser un deleite y no una molestia.