Por: Rosendo López
Se dice que, en el año de 1985, un vecino de nombre Carlos Calderón, alias «el mosco», y un grupo suyo de amigos, se pusieron de acuerdo para salir de cacería una noche del mes de octubre, aprovechando la temporada de güilotas.
Llegada la noche acordada, luego de colocarse una linterna frontal sobre la frente y tomar una escopeta en sus manos, Carlos partió con sus amigos desde el Hoyo de San Isidro hacia a la loma del Cerro Blanco.
Allí, oculto sigilosamente entre los árboles de aquella colina, Carlos se hallaba apostado sobre una roca acechando a su primer objetivo, cuando repentinamente experimentó un sobresalto al sentir como si la roca a sus pies se reblandeciera. Tras hacerse a un lado e inclinar la linterna le dio un vuelco en el corazón al descubrir sobre la superficie de la roca una silueta de la Virgen de Guadalupe.
Cuando por fin logró reponerse de aquel sobresalto, Carlos llamó a gritos a sus amigos, quienes a tropezones se abrieron paso entre la maleza para acudir pronto a su encuentro. Ahí, junto a la roca, Carlos les narró aquel extraño acontecimiento y su creencia de estar ante un milagro; pero, después de un incómodo silencio, la mayoría de ellos estalló en carcajadas aduciendo que aquello debía ser una alucinación ocasionada por un problema de alcoholismo que él padecía.
No obstante, a pesar de aquellas denostaciones, Carlos tuvo la plena convicción de hallarse ante un verdadero milagro, así que aprovechó esa oportunidad para pedir a la Virgen que le diera voluntad suficiente para dejar de beber… y se dice que se la concedió.
Desde ese momento, Carlos se hizo el firme propósito de construir una ermita que sirviera para resguardar aquella piedra milagrosa y a donde cualquier feligrés pudiera acercase a pedir su don. Así, con sus propios ahorros y donativos de feligreses que se enteraron de su determinación, Carlos se dio a la labor de subir varilla y tabique al cerro, fuese en brazos o a lomo de burro, y edificó una pequeña ermita en torno a aquella piedra.
Para culminar esa obra pía, Carlos solicitó los servicios de Fray Luis Gaitán, quien se ofreció a oficiar una misa en ese lugar para bendecir aquella edificación.
La veneración que despertó aquella piedra ha sido tal, que cada 12 de diciembre se realiza una celebración de la Virgen de Guadalupe en ese lugar. Los preparativos inician el día anterior, con la colocación de series de papel picado, serpentinas y flores para decoración. A media noche, se lanzan cohetes y se cantan las mañanitas a la Virgen. El día 12, para agasajar a los peregrinos, se instalan puestos de agua fresca, churros, semillas, cacahuate tostado y pambazos. Y, como acto principal, un sacerdote de la zona oficia misa en honor a la Virgen de Guadalupe. Según testimonios, se han recibido hasta más de 140 personas, algunos, acudiendo por devoción, otros, en cumplimiento de una manda, y otros tantos, para colgar un escapulario o un milagro dentro de la ermita. Incluso, en una ocasión, una familia celebró allí los XV años de una hija suya.
Durante 32 años esos festejos se realizaron de manera ininterrumpida, hasta 2020, cuando se suspendieron los eventos públicos debido a la pandemia de coronavirus. Ahora —2021— que el confinamiento ha terminado y se ha retornado a una nueva normalidad de vida, la familia Calderón y los vecinos de San Isidro esperan con fe que retomar esta bella tradición.
Enviamos un agradecimiento a la familia Calderón por compartir su valioso testimonio con esta comunidad de lectores, así como a la LH Elena Navarrete y al senderista Salvador Ruiz por su apoyo durante la redacción de esta nota.