Cuando recibo visitantes que vienen de ciudades grandes, y caminamos por nuestras bulliciosas calles, es frecuente la pregunta: “por qué tanto saludo, Andrés”. Se refieren a nuestra costumbre de levantar el brazo y saludar, intercambiar una sonrisa si estamos lo bastante cerca y pronunciar el nombre, estrechar la mano con calidez y preguntar ¿cómo estás? Los saludos más efusivos también son frecuentes y hay amigos que te abrazan o mantienen su brazo en tu hombro mientras platican, etc.
Para el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) el saludo es el reconocimiento implícito de que el ser humano puede ser un daño potencial. No sé si quien se me acerca es amigo o enemigo. Así que el saludo se convirtió en una señal social, convenida y aceptada por todos, de que quien me saluda es un amigo o un conocido de quien no tengo nada que temer. Y en señal de paz me ofrece la mano o me da una sonrisa o hasta puede tocarme. Con esto la desconfianza inicial y natural desaparece.
Otro filósofo nacido en Inglaterra, Thomas Hobbes (1588-1679), propone que el hombre es por naturaleza violento y aspira a dominar, a conquistar y no se detendría ante nada de no ser por los mecanismos sociales de defensa. Y en su opinión ése es el papel de la ley: impedir que la naturaleza violenta domine la sociedad. Y quienes deben asegurarse de que haya una convivencia en paz son las autoridades que son elegidas por el pueblo. Son las autoridades las que deben castigar a los infractores para que la mayoría viva en paz.
De esta visión del ser humano como alguien al que se debe controlar por la fuerza y por las leyes, se pasa a la visión contrastante de Juan Jacobo Rousseau (1712-1778), filósofo francés, que propone que le ser humano es bueno por naturaleza pero que desgraciadamente vive en sociedad y ésta es fuente de corrupción. Vivir en sociedad produce beneficios, pero también daña, según Rousseau, porque le hombre se acostumbra a usar el engaño como herramienta, el temor como instrumento de dominio, la cultura como un medio para domesticar, etc.
Así que el saludo en esta conversación que estamos teniendo vendría a ser un mensaje de paz en primer lugar. En segundo puede ser una señal de que estamos relacionados por el afecto en grados diversos: desde el hermano, primo hasta el vecino o conocido. Y en tercer lugar, pero no por ello menos importante, está el hecho de reconocer al otro como una persona. Yo me percibo como persona libre, irrepetible y con una dignidad o valor innato. Con mi mirada, mi sonrisa y mi palabra estoy reconociendo que tengo ante mí a un semejante, a una persona tal como yo me percibo a mí mismo.
Por eso es una lástima que se pierda la costumbre de saludar. Y en nuestro México se va perdiendo porque empieza a reinar la desconfianza. Y esta desconfianza nace de experiencias amargas. Por eso en las grandes ciudades hay vecinos que ni siquiera se saludan porque no están seguros sobre quién es o qué hace quien vive al lado. En nuestra región tenemos la fortuna de tener redes sociales extendidas y el número de amigos es abundante y sigue creciendo. Esto fortalece nuestra humanidad y esperemos que no se pierda. Las circunstancias empujan en sentido contrario dada la proliferación del delito, pero mientras tengamos nuestro núcleo de amigos creo que estamos viviendo una experiencia altamente humanizante. Por eso no dejemos de saludar a los amigos